En la antigüedad el sacrificio era una parte de un proceso ritual mucho más amplio y que requería la participación de un numeroso personal cualificado para poder realizarlo.

Para ello, se requería que, en ese momento del ritual denominado, en Roma, inmolatio o inmolación, intervinieran animales para ser inmolados en honor a la divinidad. Para ello, se conducía al animal o a varios de ellos mediante un ministro del sacrificio, el popa. Le acompañaban tanto el cultrarius, el portador del cuchillo, como los victimarii, uno con un hacha y el otro con un martillo para golpear al toro o a la vaca en la cabeza y después asestarle el golpe con el hacha.

Parte de la sangre que salía del animal, tras el hachazo, y el corte en el cuello con el cuchillo, era recogido en un cuenco especial con el que se medía, entre otras cosas, la buena aceptación del ritual y de ese animal por parte de las divinidades. El animal no debía, en ningún momento, mugir, chillar, etc. de lo contrario, esa bestia no serviría y convenía sustituirse por otra similar.

Existen por otro lado, sacrificios incruentos, los cuales, aunque fueron seguramente los más utilizados en el ámbito privado, principalmente en las insulae o bloques de pisos, dado que era lo más económico para las clases populares. No obstante, los sacrificios públicos, generalmente, eran de sangre, eran más espectaculares y daban de comer a mayor cantidad de gente.

Cualquiera puede preguntarse, ¿existían sacrificios humanos en Roma? Pues tenemos constancia de que hubo varios sacrificios humanos o victimae humanae. Pero, para empezar, existía la lex sacratio capitis1 en la cual se señalaba a una persona como culpable ante los dioses por haber realizado una acción contraria a la pax deorum. Tales como un sacrilegio, una acción en contra de las divinidades o violar alguno de los preceptos en determinados días. De este modo, la persona se convertía en un “chivo expiatorio” o pharmakoi de toda la comunidad, se le confiscaban los bienes y se imponía una multa, además de ser expulsado de la ciudad. Todo ciudadano que se lo encontrara desde que se le nombraba culpable, tenía el derecho y, posiblemente, la obligación de insultarle, pegarle hasta llegar incluso a la muerte.

Es importante también reseñar que fue en el año 98-97 a.C. cuando se prohíben los sacrificios humanos en Roma mediante decreto senatorial, bajo el consulado de Cneo Cornelio Léntulo y Publio Licinio Craso. Aunque se seguirán practicando en la Galia y norte de África hasta época de Tiberio y Claudio2. No obstante, esta prohibición reforzó otro tipo de sacrificios, los combates gladiatorios, que ya se venían celebrando.

Los sacrificios humanos existieron en Roma. En ocasiones especiales se hicieron como en el 226, 216 y 113 a.C. cuando se enterraron a una pareja viva de galos y de griegos en el Foro Boario, aunque esto no se cite como sacrificio humano por los autores antiguos. Referente a esto, Livio proporciona una definición, minime romano sacro, como un rito cuasi no romano3, aunque Plutarco, a propósito del sacrificio del 113 a.C., afirma que ésta práctica era realizada por el pueblo romano según las directrices de los Libros Sibilinos4.

Es más, en Roma existía una festividad celebrada el 7 de mayo, las Targelias mediante el rito del “chivo expiatorio” se expulsaba de la ciudad a un hombre y una mujer o dos hombres eran expulsados de la ciudad, acompañados por música de aulós. Estos condenados debían portar una ristra de higos negros, mientras que la mujer serían higos blancos. Cuando llegaban al lugar del ritual, eran alimentados con higos, queso y pasteles. Tras el banquete estos condenados eran quemados vivos, arrojando sus cenizas al mar.

Un sacrificio humano podríamos entenderlo como si de un sacrificio animal se tratara, y si los arúspices¸ los especialistas de leer las entrañas dictan las reglas para hacerlo de forma correcta, Cum aruspicum iussu, ya que se tienen que preparar el lugar y el instrumental, de forma similar, para convertir el sacrificio en propicio para la divinidad5.

Por otro lado, el sacrificio humano ha sido utilizado por paganos y cristianos a partir del s. III d.C. en adelante para atacar al contrincante. Se difamaban unos a otros diciendo que hacían sacrificios humanos con que unos y otros realizaban sacrificios, como por ejemplo hizo Eusebio (VII. 10,4) en donde acusa a los paganos de practicar holocaustos humanos en el Serapeion de Alejandría con el fin de examinar sus vísceras.

¿Y todo esto qué tiene qué ver con los gladiadores?

Pues precisamente la gladiatura tiene su auge, curiosamente, en el s. I a.C., potenciada, como hemos dicho, por la prohibición del sacrificio humano dentro de la religión. Así se convirtió en un espectáculo de masas a lo largo de ese siglo y se consolidó en época de Augusto.

No vamos a bucear por unos orígenes remotos de las monomaquias griegas aparecidas en la Ilíada y Odisea, con Héctor y Aquiles, o Héctor y Ayax, o en los posibles combates etruscos, samnitas y griegos que podrían darse en momentos primitivos antes de la llegada de Roma o durante la etapa de la Monarquía y Alta República romana. Empero, naveguemos por la pista que nos puede dar un buen dato del comienzo de esos sangrientos sacrificios de sangre humana. Nos la ofrece el canto 23 de la Ilíada, en el que existen una serie de holocaustos humanos cuando Aquiles degüella a doce jóvenes troyanos frente a la tumba de Patroclo, antes de prenderle fuego. Esto nos indica que existía descrito el asesinato, sin lucha, de hombres en honor al difunto. El objetivo de esto era dar sangre al muerto, ya que le favorecía (Eurípides, Hecuba, 536-537). Este tipo de inmolaciones eran denominadas enagismós y fueron reproducidas en época de Alejandro Magno a la muerte de Hefestión con cacerías humanas en el territorio de Kossaia (Plutarco, Vida de Alejandro, 72,4).

Por influencia directa o indirecta griega, en la zona etrusca, predecesora tanto cultural, social o religiosa al mundo romano, no se quedo atrás tampoco en honrar a sus difuntos con sangre, resultado de combates tipificadas como monomaquias. Esto lo tenemos atestiguado en las preciosas pinturas policromadas de la tumba de Paestum datados en el s. IV a.C.

Existe, además, ya para el mundo romano, un texto de Suetonio en el que se nos narra que el rey Tarquinio Prisco (616-579 a.C.) fue el primero, de los reyes, en introducir los enfrentamientos entre parejas6, por lo que esto entroncaría con la costumbre gladiatoria que existiría en Roma desde entonces, al menos en el ámbito funerario. A este respecto tenemos que citar el acontecimiento más conocido al respecto, que fue la lucha gladiatoria en el 264 a.C. para el funeral de Brutus Pera7. Tal vez el hecho de que con Tarquinio se haya celebrado en suelo romano un combate que sólo se realizó durante 26 años y que siglos después no se hubiera repetido hasta finales del s. III a.C. aproximadamente, nos indica que, o bien no hubo esa implantación tan arraigada en Roma, o bien, las fuentes solo se enfocan en los aspectos heroicos de esta primera familia que fio a luz a la República romana. Si nos centramos en la primera hipótesis quizás esa falta de implantación vendría dada por la escasez de registros funerarios con dicho espectáculo, la imposibilidad económica de la familia del difunto o la necesidad de un mayor número de efectivos dado que muchos se dedicaban a la guerra, al campo y eran mano de obra fundamental.

Tengamos en cuenta que Livio realiza su historia de Roma en base a ejemplos a los que seguir o no, así como la estela de autores posteriores, a favor o en contra de ciertos sucesos, por lo que siempre hay que tener cuidado en ciertos momentos con las fuentes. Por consiguiente, es posible que de forma intermitente se produzcan esas luchas, pero no han sido reflejadas en las fuentes grecolatinas por no llegarles información o no han querido plasmarlo en sus obras.

Para finalizar, el uso de opiáceos y estupefacientes puede incluso emplearse en momentos de lucha enfurecida en honor al difunto, dando más acción al momento. El entrechocar de las armas podría servir como aviso al Más Allá de que viajaba una persona a ese mundo y que iba a estar acompañado de una ofrenda de sangre.


NOTAS:

1 Dion., II. 10, 74; Liv., III. 35; Fest., .318; Plin., N.H., VII. 41, 153; Varr., L.L., VI. 31.

2 Plin., N. H., XXX, 4; Suet., Cl., XXV.

3 Liv., XXII. 57.

4 Plut., Quaest. Rom., 83.

5J. Obsecuente. Liber prodigiorum, 56: “Cuando, siguiendo las instrucciones de los arúspices, se sacrificaba en honor de las Furias a una doncella, salió de la garganta de la muchacha una risa que dio al traste con el sacrificio”.

6 Texto recogido en VIlle G., La gladiature en Occident des origens à la mort de Domitien, Roma, 1981, p. 8, nº 32.

7 Livio, Per., 16; Val. Max., II. 4, 7.


PARA SABER MÁS:

Bendala Galán, M. (2002): “Virtus y pietas en los monumentos funerarios de la Hispania Romana”, D. Vaquerizo (ed.) Espacios y usos funerarios en el Occidente Romano, pp. 67-86, Córdoba.

Blázquez Martínez, J.M.; Montero, S. (1993): “Ritual funerario y status social: los combates gladiatorios romanos en la Península Ibérica”, Veleia, 10, pp. 71-84.

Futrell, A. (2006) The Roman Games: a sourcebook, Malden: MA.

Mañas, A. (2011): Munera gladiatoria: origen del deporte espectáculo de masas. Tesis Doctoral, Granada: Universidad de Granada.


Imagen de cabecera: Mitra representando como hombre joven mientras sacrifica a un toro. Museo Nazionalle alle Terme    Fuente: foto propia.