Hoy en día, cuando vemos una lucha de gladiadores, ya sea en una película, un videojuego, una serie o en una recreación, lo normal es que lo tomemos directamente como un espectáculo, más aún si es nuestro primer contacto con ella, desconocemos su historia y por tanto somos unos neófitos del tema. Y es cierto que llegado cierto momento de su historia, fue un espectáculo, uno de masas, si bien era uno que guardaba una cierta conexión especial entre público y combatientes de la arena que es fácil obviar. En este breve artículo intentaré expresaros de la manera mas lúcida posible en que consiste este sentimiento, esta conexión, tan difícil de comprender desde unos ojos del siglo XXI, y que aún así, sigue latiendo en los corazones y las mentes de unos pocos.

Como ya comenté en el artículo “2000 años de ofrendas de sangre”, no nos es difícil establecer relaciones sólidas que nos permiten afirmar que la gladiatura era en origen parte de un rito, no un espectáculo, un rito eminentemente funerario con una importancia y un compromiso de sacrificio muy elevado, algo honorable. Un rito con una tradición venida de muy atrás y compartida con otros pueblos.

No obstante, con el paso del tiempo, cada vez fue dejando de lado mas el carácter ritual y entrando más en una dinámica de espectáculo1, acabando por instaurarse esta última definitivamente tras la reforma augusta2, que ponía unas normas oficiales a la práctica de la misma y que dan lugar a la gladiatura tal y como la conocemos hoy mayoritariamente. Es importante recalcar aquí que fue dejando de lado la parte ritual, mas nunca abandonándola por completo, sucediéndose a lo largo de varios siglos las ocasiones en las que personajes de gran importancia3, como pudieron ser Julio César o el emperador Nerón, por citar un par, ofrecían estos combates en honor a sus difuntos.

Esta conexión ritual dejó un sentimiento latente en aquellos que observaban estas luchas, ya que no era una simple competición, si no una ofrenda de sangre y un espectáculo educativo. Puede que perdiera casi totalmente su esencia ritual, pero el público no iba a ver solamente quien ganaba o perdía, o que gladiador era más habilidoso – que también-, si no que iban a ver una ofrenda de sufrimiento y de sangre que levantaba pasiones, dejando numerosos testimonios de ello los contemporáneos de estas luchas. Se valoraba de un gladiador, sobre todo el que supiera sufrir, imponerse a cuantas heridas se le pudiesen infligir y continuar la lucha y, en el caso de no poder seguir con ella, el afrontar la posibilidad de la muerte con una frialdad sobrehumana, de hecho, heroica, porque el combate de gladiadores no era si no una muestra de heroísmo ante una sociedad profundamente bélica que era educada, a través de estos combates, en como debía afrontarse la vida y la muerte: siendo un héroe, sobre todo si eran legionarios o pensaban en serlo. Tenemos muestra de ello en numerosas citas latinas como pueden ser las siguientes:

«A los que suplican e imploran vivir solemos odiarlos, mientras que a los valientes y animosos que se ofrecen a sí mismos a la muerte nos gusta preservarlos»4

“¿Por qué el pueblo se irrita con los gladiadores, tan injustamente, que considera una ofensa que no mueran gustosos?”5

Pero sin duda alguna, la mejor muestra aparece en las Tusculanas de Cicerón6, donde dice lo siguiente:

“Menudas heridas soportan los gladiadores, hombres degradados y extranjeros. Mira como los bien adiestrados prefieren recibir el golpe a evitarlo con vergüenza […]incluso agotados por las heridas mandan preguntar a los amos que es lo que desean. […]

¿Qué gladiador mediocre ha dejado escapar un lamento? ¿Cuál ha mudado alguna vez su rostro? ¿Cuál se ha comportado ignominiosamente, no ya cuando estaba de pie, si no una vez caído a tierra?¿Cuál, alguna vez, ha retirado su cuello ante la orden de recibir el golpe fatal?”

En una sociedad que despreciaba a los gladiadores por su condición social, era tal esta pasión de la que hablamos, que al mismo tiempo los idolatraban por su compromiso para con ese sacrificio ritual en el que aceptaban la muerte – una libación de sangre – si el público así lo pedía, hipocresía que deja perfectamente reflejada Tertuliano7:

«¡Cuanta depravación! Aman a los que castigan, desprecian a los que alaban, exaltan el arte y censuran al artista.»

Idolatría y admiración que hacía que el graderío se fundiese en uno con el propio gladiador, creando una conexión catártica difícil de entender con ejemplos modernos, pero que deja perfectamente recogido san Agustín8, aludiendo a que ni los propios cristianos que luchaban contra la existencia de la gladiatura, eran capaces de renunciar a esta pasión cuando se mostraba ante sus ojos, pues tal era la conexión que se establecía entre el público y los gladiadores en un anfiteatro :

con la ferocidad de la lucha se iba poco a poco embriagando de sangriento placer. Ya no era el que era antes de llegar al circo, sino uno de tantos en aquella turba y auténtico compañero de los que lo habían llevado allí. ¿Para qué decir más? Alipio vio, gritó, se enardeció y de todo ello sacó una locura por volver al circo no sólo con los que a él lo habían llevado, sino también sin ellos y llevando él mismo a otros.”


Notas

1Mañas, A.; Gladiadores el gran espectáculo de Roma, Ariel Historia, Madrid, 2018, p-31.

2Mañas, A.; Gladiadores el gran espectáculo de Roma, Ariel Historia, Madrid, 2018, pp. 57-63

3Julio Cesar (en el 46 a.C.), Tiberio (en el 55 a.C.), Claudio (en el 7 d.C.), Nerón (en el 59 d.C.) o Marco Aurelio y Vero (en el 161 d.C.)

4Cicerón, Pro Milone, 92

5Séneca, De ira, 1·2·4

6Cicerón, Tusculanae Disputationes 2·41

7Tertuliano, De Spectaculis, 22·3

8San Agustín de Hipona, Confesiones 7·8


Imagen de cabecera: Caesus Spurius (Marcos Díaz) en el Anfiteatro de Mérida, con el puñal sobre su rival, esperando la decisión del editor.